Responsabilida compartida

Por: Psicólogo Pablo Castillo

Para abordar el tema de la responsabilida compartida, vale la pena comentar que con alguna frecuencia llegan a consulta parejas con la clara intención de corregir dificultades que consideran son responsabilidad absoluta de uno de sus miembros, en ocasiones mencionan abiertamente que están allí para pedirle al profesional que ayude a su esposo/a o novio/a a mejorar o resolver dicho problema que “afecta y deteriora la relación”. Algunas otras parejas, tratando de tocar el tema con “más tacto” sugieren que quieren que su pareja mejore en aquella dificultad y “por supuesto si yo tengo algo que mejorar, también que me ayuden a mí”.

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Detrás de todo este panorama se esconde un recurrente y nocivo patrón para las relaciones de pareja, responsabilizar al otro del conflicto actual, señalando que, si la otra persona cambia “lo que esta haciendo mal” toda la relación mejorará, lo que finalmente se transforma en darle completa responsabilidad del bienestar o malestar de la relación a uno solo de sus miembros. 

Si bien esta dinámica suele ser más frecuente en motivos de consulta como la infidelidad o la violencia física o verbal en la pareja, casos en los que es fácil entender por qué se señala como responsable a uno solo de los actores del conflicto dentro de la relación, también es frecuente que algunas parejas acudan a consulta bajo este modelo en situaciones relacionadas con los celos, el manejo de la ira, las discusiones desencadenadas por eventos cotidianos y hasta los problemas asociados con la familia extensa.

Para entender por qué esta visión del conflicto en las relaciones resulta insuficiente para explicar la gran mayoría de motivos de consulta en los espacios de terapia de pareja, necesitamos entender primero cómo se da un conflicto relacionado con esta área de la vida. En primer lugar, es importante mencionar que, por más compatibilidad, gustos en común o afinidades que tengamos con nuestra pareja, siempre hay que recordar que el otro es justamente eso, un otro, con una comprensión diametralmente opuesta del mundo a la nuestra en múltiples espacios de la vida, eso incluye temas como la convivencia, los roles de género, las responsabilidades en el hogar, el orden, el aseo y hasta el mismo concepto y comprensión de lo que significa estar en pareja. 

Todo lo anterior implica que, por más “obvio” que nos parezca quien está “en lo correcto o equivocado” en una discusión de pareja, en realidad nunca ninguno de los dos tiene la razón absoluta, por no tratarse de un punto de vista completamente objetivo y estar fuertemente influenciado por las propias creencias, opiniones y percepciones subjetivas de la persona. Aquí es donde cobra relevancia recordar que, aunque no me guste, me parezca poco práctico, lo considere incoherente o simplemente no vaya en la misma dirección de mis propios deseos dentro de la relación, el actuar del otro no está sujeto a mis propios paradigmas de normalidad o del “deber ser” y por ende no debemos buscar “corregirlo”.

En segundo lugar, la corrección suele ser una de las herramientas más usadas y de menor impacto dentro de la relación, una vez nos encontramos en ese punto inflexible de considerar que el otro es el del problema, empezamos a pedirle que cambie, lo que casi siempre conduce a las parejas a hacer una serie de acuerdos, los cuales rara vez impactan de verdad en su bienestar, por el contrario, se convierten en una nueva fuente de inconformidad en la medida en que los acuerdos se incumplen.

Todo lo anterior tiene una explicación clara, el cambio conductual no se da de manera espontánea y por simple “buena voluntad”, el aprendizaje de nuevos patrones, como conductas alternativas que sustituyan los viejos hábitos, es un proceso largo y dispendioso, que habitualmente requiere de mucho esfuerzo y tropiezos en el camino. Si tu pareja no hace los cambios que demandas, no es porque sea “terco”, “te quiera llevar la contraria” o “no se le de la gana”, es solo que estás enfocando tu atención a las áreas equivocadas del conflicto en pareja. 

El tercer y último factor que dificulta los procesos basados en la responsabilidad unilateral del conflicto es la idea de que “si mi pareja no cambia lo que le pedí, está mal y por ende no merece mi afecto”. Esta idea esconde dos grandes errores, el primero es valorar solo el resultado final y no el proceso, muchas veces en consulta las personas mencionan frases como “si, he visto cambios en él/ella, pero es que yo ya no confió”, “muy pronto volverá a ser el/la mismo/a de siempre, ya nos ha pasado antes” o “desde la última sesión lo/la he visto en una actitud diferente, pero ayer volvió a estar igual que antes”, estas afirmaciones se convierten en un potente desmotivador para el miembro de la pareja que trata de cambiar, ya que llega a sentir que sus esfuerzos no son valorados y que no tiene sentido cambiar porque ante cualquier error vendrá el reproche. El segundo error tras esta frase, se encuentra en la condicionalidad del afecto, mencionar que “no podemos amar a otro si no cambia” genera un importante castigo en la dinámica de la relación, haciendo que esta se convierta en estresante y frustrante para el miembro de la pareja que es “castigado” por medio de la retirada del afecto, patrón que suele ocurrir también con alguna frecuencia entre padres e hijos.

Para ejemplificar esta dificultad hablemos de un caso hipotético, fácilmente generalizable a múltiples parejas que llegan a consulta. Hablemos del señor A y la señora B, esta pareja acude a consulta porque el señor A considera que su esposa, por medio de sus rabietas y caprichos, ha desestabilizado la relación y, por ende, ella debe cambiar para que los dos puedan volver a estar bien. En este orden de ideas, la solicitud que el señor A le hace al terapeuta es que por favor le ayude a su esposa a controlar sus emociones, para que “no sea tan histérica”. Finalmente, el señor A plantea que no entiende por qué su esposa se altera por problemas tan cotidianos que podrían resolverse sin peleas.

Este ejemplo hace uso de diferentes recursos que mantiene la problemática de pareja: 1. La clara descalificación del esposo, frente a las emociones de la señora B. 2. El deseo del señor A del cambio conductual de parte de su esposa y 3. La rígida e inflexible posición del señor A, frente a la obviedad de la resolución de conflictos que el considera insignificantes. 

Esta postura de responsabilidad unilateral desconoce el rol que seguramente juega el señor A en las discusiones, el cómo su actuar, particularmente en relación a la invalidación, es un potente detonante de la sobrerreacción de su esposa a los conflictos y un claro desconocimiento de que su deseo porque las cosas ocurran siempre bajo sus parámetros de normalidad, es parte fundamental de la dificultad para llegar a acuerdos por medio del diálogo. 

Si estás en una situación en la que te planteas “llevar a tu pareja al psicólogo para que reciba ayuda” es importante que te plantees estas 3 preguntas: 1. ¿Cuál es mi papel en el conflicto que deseo resolver? 2. ¿Algo de lo que hago o digo puede estar siendo un detonador de las dificultades de mi pareja que considero indeseables? 3. ¿Qué tan frecuentemente me encuentro a mí mismo/a deseando que mi pareja actúe diferente para sentirme a gusto dentro de la relación? Estas preguntas no van a resolver el conflicto, pero te van a permitir acercarte al espacio terapéutico con una perspectiva más amplia del conflicto, entendiendo que la responsabilidad de la relación es compartida y por ende se deben resolver los problemas con inversión de recursos por parte de los dos involucrados, sin dar la carga del cambio y la mejora a uno solo, etiquetándolo como “el problema” o “el problemático”.

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2 thoughts on “Responsabilidad compartida: clave para la construcción de vínculos afectivos saludables en pareja

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